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Documentació

Querido

Article publicat a “La Vanguardia” el 06/04/2003 per Llàtzer Moix

"La Vanguardia” reunió las informaciones y las opiniones motivadas por la muerte de Terenci Moix, en su edición del jueves, bajo el antetítulo “Adiós a un escritor querido”. También “El País” le despidió calificándole de “el escritor más querido”. Y no faltaron en otros medios alusiones similares. Terenci será recordado por su obra literaria, que fue rompedora y modernizante en los sesenta; que resultó deudora de la mitomanía cinéfila, operística, clásica o faraónica, y que en su fase memorialística estuvo iluminada por la misma naturalidad con que Néstor Almendros fotografiaba sus películas. Pero Terenci será también recordado, incluso entre quienes no le frecuentaron, como un autor que despertaba simpatía y generaba diversión. Cosa rara, por cierto: el tópico asegura que los escritores sufren un carácter atormentado, que son fatuos a morir o, en el mejor de los casos, que actúan esclavizados por la timidez. A diferencia de esa mayoría de plumas distantes, Terenci ha vivido en loor de multitudes ¡menudas colas se formaban cada Sant Jordi frente a los tenderetes donde dedicaba ejemplares! y ha atraído hasta su capilla ardiente al mundillo intelectual, al institucional, al del corazón y, en especial, a miles de barceloneses anónimos deseosos de testimoniarle en persona su estima. ¿Cómo explicar este don? ¿Qué cualidades le han granjeado el cariño general?... Quizás las tres características que se esbozan a continuación ayuden a responder estas preguntas. Terenci ha sido un autor mediático, un infatigable entrevistado, un enamorado de la cámara televisiva e incluso un súbdito de la “jet set”. Si el roce lleva a la amistad, Terenci ha cultivado la de todo el país, haciendo de la popularidad uno de los pilares de su éxito. No el único ni el principal, pero sí uno que tener en cuenta: autores de más alto vuelo protagonizarán algún día el cielo quiera que lejano funerales mucho más discretos, en la prensa y en la calle. Por ello, el masivo adiós a Terenci es materia de estudio para los sociólogos de la era mediática. Libre. Dicho esto, me apresuro a añadir que quedarse en el aspecto mediático de Terenci sería una mezquindad, además de un error. Porque, lejos de la vacuidad de los mediáticos al uso, Terenci suscitaba la empatía popular gracias a su calidad de hombre libre. Literalmente, Terenci vivió haciendo lo que le daba la gana, como pocos lo consiguen. Quería escribir y escribió. Quería provocar y provocó. No quiso claudicar y no claudicó jamás. En una sociedad como la catalana, en ocasiones timorata, Terenci profesó un culto ejemplar a la verdad; si se quiere, a su verdad, pero en todo caso a una verdad hija de la libertad personal. Y lo hizo con un valor, una constancia y una proyección admirables. Terrenal. ­ Terenci ha sido también un ser querido por su terrenalidad, por su humanidad y, en último término, por sus imperfecciones. Terenci atesoraba unas cuantas (era capaz de reciclar ad infinítum sus escritos cinéfilos, o de quitarse la máscara de oxígeno para seguir matándose, cigarrillo a cigarrillo). Y no las ocultaba. Listo y coqueto, sabía, como John Ruskin, que las imperfecciones que nos ha dado Dios, lejos de afearnos, nos hacen más encantadores, más dignos de amor. Es por ello, y por todo lo dicho más arriba, por lo que la ciudadanía, sobreponiéndose al dolor de la pérdida, proclama hoy: ¡Terenci, te queremos!

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