15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Article publicat a “La Vanguardia” el 12/10/01 a cura de Julià Guillamón

Miquel Bauçà no es un escritor cualquiera. Su mundo hecha raíces en lo rural y lo sagrado (el mundo de la infancia en Felanitx), para proyectarse en la levedad de los sueños y las imágenes mentales que la tecnología aspira a reproducir frigorizadas. Gracias a una lengua poética de alto voltaje, de un discurso oscilante y circular abierto a todos los desórdenes psicológicos, se eleva sobre la vulgaridad del entorno y nos sumerge en el misterio. Uno de los pareados de Els estats de connivència habla del placer de perderse por los caminos de desembosque que cruzan las montañas. Cuando los demás se han llevado la leña, aparece Bauçà con una bolsa de Montreal 76 y, en su interior, una botella con algún licor fuerte. La literatura catalana se vanagloria de pentarcas y príncipes de los poetas. Pero junto a ellos ha producido muchos escritores pobres, desharrapados y poetas "freaks". Bauçà lleva esta figura hasta un límite desesperado.

Potencia imaginaria

Lo que primero llama la atención de la literatura de Bauçà es su aliento, su potencia imaginaria. En su afán de mortificación, de mutilación, de "endurança", Bauçà conecta con Kafka y Robert Walser. Como Gombrowicz y Dubuffet toma distancia de la cultura, entendida como algo secundario al hombre, que le aparta de la libertad y contribuye a su alienación. Bauçà proclama la grandeza del alma humana que se expresa en los sueños. ¿Qué hay de comunicable en esta literatura y qué de irremediablemente opaco? Els estats de connivència conecta con el lector cuando habla de la impotencia colectiva, del gregarismo que provocan el turismo, los medios de comunicación y los espectáculos de masas. Resulta particularmente incisivo cuando retrata a esos viejos del Eixample, incapaces, impotentes y abandonados. Ofrece versos punzantes y brillantes aforismos, junto a zonas de ofuscación y fragmentos descriptivos, tomas de realidad que recuerdan aquellos poemas prosaicos, provocones, de Joan Brossa. Los textos más programáticos se sitúan al principio: largas peroratas que desgranan como un rosario las obsesiones del autor: la pérdida del sentido de permanencia, el olvido del pasado y de sí mismo, la visibilidad del mundo, el lenguaje y el alma. Uno de los temas que llega a componer un corpus propio son las renuncias de los catalanes. Dice Bauçà que al prescindir de la complejidad (la idea de Cataluña se ha simplificado hasta la receta), no se puede hablar en justicia de "problema" catalán. Los catalanes parecen, como tribu, resignados al suicidio. "El missatge ha estat ben clar: podem perdre l'idioma i de fet no perdrem res: un record de la família." ¿Es esto locura?

Devocionario

Decía Bauçà en una antigua entrevista que incubaba pensamientos e ideas hasta que se pudrían en su interior. Los recogía y los arrojaba fuera de sí. En Carrer Marsala y, más tarde, El vellard/L'escarcellera esos detritos se organizaban en estructuras narrativas, muy porosas, pero trabadas. Los últimos libros renuncian a la narración ("Els estats de connivència" exorciza el relato: "les novel.les són perverses", "fer novel.les, els qui en fan, o bé són molt pobres d'ànima o els agrada viure esclaus de llurs míseres lligades"). Por eso sus últimos libros se estructuran como un diccionario o como un devocionario, la prosa se rompe y se retranquea para dar paso a un conglomerado de fragmentos y versos flotantes. El crepuscle encén estels, El canvi, Els estats de connivència no son para leer seguido. Lleva razón Bauçà cuando se sitúa entre los animales por clasificar. Pasada la sorpresa de su descubrimiento, tras la expectación que se creó con El canvi, corre el peligro de que el público le arrincone y le descarte como un caso perdido. Haría falta algo más que una edición como ésta, de tapa dura, para arrancarle de la marginalidad y legitimarle definitivamente. La literatura de Bauçà exige debate y lectura.

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