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Documentació

Diario de un pistolero de la FAI

Article publicat a “La Vanguardia” el 28/04/05 per Josep Massot

Han pasado casi setenta años desde el inicio de la Guerra Civil y aún quedan por atender muchas historias que una parte de la población preferiría no oír y a otra le traen recuerdos dolorosos. La que cuenta Miquel Serra Mir (Banyoles, 1955) es una de ellas. Hace siete años fue reclamado por un conocido para que le ayudara a resolver un tema espinoso. Un día, al abrir el buzón, su conocido encontró un sobre con remite de un despacho de abogados de Londres. Le notificaban que había recibido en herencia un piso en Chelsea. Allí encontró, entre montones de papeles, 48 cuadernos: 31 de ellos escritos en castellano y 17 en inglés. Miquel Serra, además de poeta y presidente comarcal de ERC, era archivero, y su amigo le encargó la transcripción del manuscrito. No se dio cuenta de lo que tenía entre las manos hasta dos meses después: era el diario de un pistolero de la FAI, que relataba con lujo de detalles su participación en los saqueos de iglesias y casas burguesas en los primeros meses de la Guerra Civil y hacía una descripción escalofriante de los paseos de la muerte en los que tantos religiosos y civiles fueron asesinados en Barcelona en 1936. No sólo contaba los crímenes, cometidos al amparo de la revolución, sino también cómo fue apropiándose de un copioso botín (ornamentos religiosos, muebles, cuadros, joyas) depositados en un taller de Poble Nou y en su masía y cómo, tras desencadenarse la represión estalinista contra el POUM y los anarquistas, logró escapar y trasladar gran parte de su botín a Londres. Miquel Mir ha dedicado estos siete años a comprobar la veracidad de las confesiones del pistolero de la FAI y a novelar el diario en un libro que aparece ahora (Entre el roig i el negre,Llibres del Quatre Cantons). También a devolver a los propietarios originales los objetos hallados en Londres que ha podido identificar. El diario comienza en un mas del Penedès, del que Josep S. (1893-1974), el autor del manuscrito, parte en 1916 para convivir a diario durante tres años con el horror de los cuerpos destripados en Yebala, en la guerra del Rif. Al ser licenciado, se trasladó a vivir a Barcelona, donde se afilió a la CNT y empezó a curtirse como pistolero: su primera víctima fue el encargado de una fábrica textil. Siguieron muchas más. Josep S. se empleó en palizas, secuestros, atracos, asesinatos o colocación de bombas, intentando esquivar a los profesionales de la Browning,los matones contratados por los empresarios, y a la policía de Primo de Rivera y Martínez Anido, Barcelona era una ciudad violenta en la que Josep S. aprendió que los límites entre la acción revolucionaria y la rapiña eran muy tenues e ingresó enseguida en el sector radical de la recién creada FAI, partidario de la acción armada, de devolver violencia con más violencia, y a recelar de todos los políticos, incluidos los republicanos. La proclamación de la II República dio alas a los radicales, que tras participar en los combates contra las guarniciones que se sumaron al golpe de estado, se apoderon de los arsenales militares y desencadenaron el terror en una Barcelona sin gobierno ni policía. Comenzó el pillaje sin oposición de comercios y sedes de entidades y partidos, como Foment del Treball y la Lliga, cuyos ficheros sirvieron después para desencadenar la violenta represión contra sus militantes. El Comitè de Defensa ordenó a Josep S. que se hiciera cargo de un camión y él supo sacar provecho de poder contar con un vehículo y libertad de movimientos. En su diario describe con todo detalle y fría reiteración la saña con que entraban en iglesias y conventos, destrozando cuanto podían, poseidos por una rabia infinita contra lo religioso, sin respetar ni vidas ni patrimonio artístico, antes de prender fuego a los templos. Él seguía otra estrategia: llegaba con el camión, arramblaba cuanto podía acarrear y después, dando una excusa al resto del grupo, lo transportaba a un escondite y luego, de noche, a la masía del Penedès. Parte era utilizado para la compra de armas, otra parte se la quedaba él. Más tarde fue adscrito a las patrullas de control de Sant Elies, en Sant Gervasi, una de las más sanguinarios de la guerra. Josep S. narra aquí las requisas, confiscaciones de bienes, vigilancia y ejecuciones sin sentido: saquearon las torres, sacaron de sus casas, al romper el alba, a quienes no habían huido, los llevaban en camiones a la Arrabassada, el Morrot, Horta, el Somorrostro, Can Tunis, Pedralbes, la Font del Lleó, la riera de Valcarca, las montañas de Vallvidrera y el Tibidabo. A veces los arrojaban al mar, después de despojarles de todos los objetos de valor, incluidas las piezas dentales de oro, rotas a martilazos, y para evitar que algún fusilado quedara con vida los remataban con un tiro de gracia en la cabeza. Les quitaban la documentación para que no pudieran ser reconocidos y dejaban sus cuerpos en cunetas o cerca de cementerios. Josep S. reconoce que pocos se atrevían a fusilar de día y afirma haber sentido vergüenza y remordimiento por haber dejado que su voluntad quedara disuelta en la de la patrulla. Todos eran culpables, nadie era culpable, y, como excusa, estaban las noticias que llegaban del lado franquista. Josep S. fue destinado después al comité del siniestro Manuel Escorza de Val y al final, tras Els Fets de Maig, huyó a Londres gracias a un brigadista británico, para empezar una nueva vida.

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