15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Article publicat a el “El País” 17/05/00, per Xavier Moret

Hay libros que llegan con un considerable retraso, pero que, por suerte, acaban llegando. Éste es el caso del Cuaderno rojo de Barcelona, de la británica de origen australiano Mary Low, que Alikornio Ediciones acaba de publicar. Se trata de un libro escrito por una militante trotskista entre agosto y diciembre de 1936, de un libro de alguien que quiso dejar testimonio de una Barcelona revolucionaria y que, lejos de fijarse en los grandes hechos históricos, lo hizo fijándose en los pequeños detalles, en la vida cotidiana. A través de los ojos y de las palabras de Mary Low, la ciudad de Barcelona aparece, en 1936, como una capital roja en la que los taxis han sido suprimidos, en la que los camareros no admiten propinas, en la que los anarquistas han emprendido una cruzada contra los sombreros y en la que los organillos tocan machaconamente La Internacional. Mary Low describe en su Cuaderno rojo la llegada de los hombres que regresan del frente de Aragón, 'la corriente de simpatía que flotaba en el aire' y 'la bronca cortesía, una corrección nacida del sentimiento de igualdad'. Habla también con detalle de un mitin en el viejo teatro Price, con los palcos a rebosar y un público de lo más receptivo, la mayoría con el uniforme de los milicianos. Merece especial atención, por su testimonio de primera mano, el retrato que hace de la intervención de Andreu Nin (1892-1937):"Nin se puso en pie. Era un hombre corpulento, no muy alto y fornido. Llevaba una guerrera azul de miliciano, y eso y su pelo rizado le daban un aire juvenil y entusiasta, inclinado sobre la mesa, con un puño fuertemente apoyado en ella y la otra mano agitándose en el aire. Al principio, las aclamaciones se oían por encima de su voz, ahogándola, pero cuando por fin se hizo el silencio, se escucharon sus palabras, profundas y potentes. Nin hablaba como el hombre de la calle. No le había escuchado jamás floritura alguna en sus frases". Pasa de una idea a otra ordenadamente, y te las machaca, y toda su eficacia se basa en la simplicidad y el aplomo con que las expresa (...). La gente reacciona apasionadamente a los discursos de Nin. Su pasado en Rusia avala sus palabras y las respalda'. En el capítulo titulado Un día completo, Low ofrece una excelente visión de un día normal en la vida de una ciudad revolucionaria. "Las mañanas eran vivificantes y hermosas", escribe, "y el fresco de la noche se posaba sobre las baldosas de las habitaciones. En la cocina se servían tazas de café, y en el bar de milicianos de enfrente del local, bocadillos de pescado o de longaniza". Habla también Low de los vales que se repartían para el almuerzo ('todo el mundo podía comer en Barcelona'), de las emisiones de radio y de la vida de café, donde los camareros afirmaban que no aceptaban propinas y donde 'adviertes con alivio y deleite que la vieja costumbre de arrastrarse a cambio de calderilla y el servilismo que eso comportaba se han acabado para siempre'. Los limpiabotas tampoco aceptaban propinas y mostraban orgullosos su carnet del sindicato. También describe Mary Low el ambiente de los cafés de Barcelona: del Oriente, del Automàtic, del Euskadi, del American Bar y del Moka, 'del que se decía que estaba lleno de fascistas camuflados' y adonde iban a tomar el sol y contemplar La Rambla los milicianos que regresaban del frente. En primera persona, exhibe Mary Low sus logros revolucionarios y habla de cuando "tomamos" el Banco de Cataluña y el Museo de la Virreina, "que no contenía más que cuadros horribles, a cual más insípido y bochornoso". Escribe también con orgullo de la liberación de las mujeres de Barcelona y de la norma impuesta por Andreu Nin, entonces consejero de Justicia, en los certificados matrimoniales. Un párrafo dedicado al marido decía textualmente: "Deberás recordar que tu mujer va al matrimonio en tanto que tu compañera, con los mismos derechos y privilegios que tú". Una de las quejas de Low en medio de su fervor revolucionario va en contra de los 'burgueses' de la Generalitat, a quienes acusa de caer en la burocracia y en el viejo vicio del "vuelva usted mañana". "No he venido a la revolución para esperar en las antesalas", llega a echarles en cara. Y añade como crítica que en la Generalitat, en vez de regir el "camarada" que se oye en las calles, se tiene que tratar de "usted" a todo el mundo. Low tiene palabras elogiosas, sin embargo, para Jaume Miravitlles, "consejero de Propaganda", con quien trabajó durante un tiempo. Y también para el poeta francés Benjamin Péret, con el que coincidió en Barcelona. Otro hecho histórico del que fue testigo Mary Low es el entierro del anarquista Buenaventura Durruti, muerto por un francotirador en la ofensiva sobre Madrid. Allí comenta algunas anécdotas 'cómicamente autóctonas', como que 'el hoyo que habían cavado era demasiado pequeño para el ataúd', y se burla de una pancarta de Esquerra Republicana de Catalunya. Un compañero trotskista llamado Arquer llega a comentar: "¡Querido hermano, dicen! Los de Esquerra Republicana tienen suerte de estar en su funeral, y no en otra parte. De estar vivo, él mismo les hubiera respondido con una ametralladora". Mary Low se marchó de Barcelona, con su Cuaderno rojo, en diciembre de 1936. "Quedaba una guerra por ganar", escribe, "pero a nosotros lo que nos interesaba era la revolución. Daba la sensación de que la habían congelado". Muchos años después, según indica Agustín Guillamón en el prólogo de Cuaderno rojo de Barcelona, Low es una anciana de cerca de 90 años que vive en Miami, después de que en 1964 huyera de Cuba, desengañada de la revolución de Fidel Castro. Su Cuaderno rojo, en cualquier caso, queda como un excelente testimonio de aquella Barcelona que, en 1936, aún creía en una revolución que no fuera solamente de palabras y discursos, sino que afectara también a las personas, al vivir de todos los días.

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