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Documentació

Una muchacha ante el desconsuelo

Article publicat al diari “El País” el 29/02/04 per Josefina Aldecoa

Está nevando. Desde mi ventana veo los copos menudos y densos que descienden de un cielo gris. Los árboles desnudos reciben la caricia pasajera de la nieve que se desliza hasta el suelo y va cubriendo de una delgada capa los paseos, el borde de piedra del estanque. Una melancolía suave me invade, me acongoja. Todavía está lejos la primavera. Suena el teléfono. Es Amelia Castilla. "Ha muerto Carmen Laforet", me dice. Y todo el invierno se me viene encima. El invierno con las ramas desnudas de los macizos y la tierra helada bajo la nieve. Era 1945, el mes de mayo. Acababa de salir a la venta una novela, I Primer Premio Nadal, escrita por una mujer. La novela se titula Nada, un título fascinante. La autora es una joven de 23 años, Carmen Laforet, llegada de una isla brillante y lejanísima en aquel momento: Las Palmas de Gran Canaria. Enseguida busqué aquella novela. "Necesito leerla", me decía. Carmen Laforet es poco mayor que yo. ¡Y ha escrito una novela! Desde mi infancia yo era una gran lectora. En 1945 ya había escrito algunos versos que no me atrevía a dar a nadie para que los leyera. Y un cuento, el primero, que se titulaba Llorar en primavera. El libro de Carmen Laforet me atrajo desde el primer momento, desde el premio y el título y las primeras fotografías que vi en la prensa. Una muchacha interesante y tímida. Tenía un aire adolescente que rejuvenecía sus 23 años. Al leer su novela tuve una extraña sensación que no había sentido hasta entonces, a pesar de mis lecturas apasionadas de infancia, adolescencia y juventud, de Madame Bovary, de Cumbres Borrascosas, que eran algunos de mis descubrimientos de entonces. Andrea, la protagonista-narradora de Nada, testigo de una etapa tristísima de la vida española en una ciudad, Barcelona, en la que va a iniciar sus estudios universitarios, me transmitía el autoanálisis fascinante de sus sensaciones, sus sentimientos, sus descubrimientos, su soledad. Por las páginas del libro transcurren en la atmósfera asfixiante de su familia unos personajes vencidos y extraños, encerrados en un mundo sórdido. Andrea descubre en la universidad el mundo de los jóvenes compañeros, de sus contemporáneos. Escribe la novelista: "La verdad es que me llevaba a ellos un afán indefinible que ahora puedo concretar como un instinto de defensa: sólo aquellos seres de mi misma generación y de mis mismos gustos podían respaldarme y ampararme contra el mundo un poco fantasmal de las personas maduras". A esta novela de Carmen Laforet siguieron otras hasta completar una obra sorprendente en el tiempo que fue escrita. Un tiempo que se deslizaba entre la atonía y la vulgaridad de un país encerrado en sí mismo, aislado del mundo real de más allá de nuestras fronteras. Y para el escritor, con el temor constante de la censura que había que ejercer sobre uno mismo antes de empezar a escribir. Carmen Laforet escribió una novela claramente existencialista. El vacío, el desconsuelo, el caminar sin rumbo, "el ser para la nada" están ahí, en las páginas de su novela. La desaparición de Carmen Laforet me sume en una tristeza especial. El final de la década de los cuarenta y el principio de los años cincuenta son ya definitivamente historia literaria. Y ella, Carmen, la adolescente sensible, la jovencísima triunfadora con un libro que expresaba lo que tantos sentíamos, ocupa el primer lugar en esa historia. El lugar privilegiado de los que rompen los esquemas falsos y aburridos de su tiempo.

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