Documentació
"Hago una elegía del proletariado"
Julià de Jòdar (Badalona, 1942) ha cerrado su ambiciosa trilogía narrativa L´atzar i les ombres dedicada al proletariado del posfranquismo. En la última entrega del ciclo, El metall impur -novela que le valió el premio Sant Jordi y que acaba de publicar Edicions Proa-, el escritor se adentra en el mundo de las fábricas ya desaparecidas de la zona comprendida entre Badalona y el Camp de la Bóta. De Jòdar construye una emotiva elegía de la clase obrera de principios de los sesenta y de unos oficios ya extinguidos, a través del microcosmos de una fundición, la Farga, en cuyo laboratorio empieza su andadura laboral Gabriel Caballero, protagonista de la trilogía y, como el propio autor, hijo de una familia inmigrante.
¿Planificó de antemano la estructura de esta obra en tres novelas?
El origen de la trilogía es un proyecto de narración titulada La pira dels dies,que tenía 200 páginas. Pero resultaba un texto demasiado denso, en el que los personajes no respiraban. Entonces decidí tomar de allí los tres episodios centrales, que son todos ellos momentos iniciáticos, para desarrollarlos en un ciclo de tres novelas.
Gimferrer dice que su epopeya urbana es realista pero también a veces visionaria.
Seguramente es porque a veces hay elementos anticipatorios de lo que después ocurrirá, como sueños o fragmentos poéticos, que conducen el realismo hacia otro territorio de la imaginación.
¿Por qué ha optado por incluir fotografías en esta tercera novela?
Es la que más se prestaba a ello. Es una elegía de un mundo desaparecido. Y las imágenes son recordatorios de funerales: de gente muerta, de cementerios, de fábricas derruidas... Son ruinas, el séquito de un entierro.
Su recreación de un espacio urbano fabril, ¿se ajusta estrictamente a la realidad?
La reconstrucción de los escenarios es muy realista, se ajusta a lo que eran a finales de los años 50 y principios de los 60. Pero el lector los ve matizados por la vivencia interior del protagonista, que en su ruta hacia la fundición se ve asaltado por recuerdos de infancia y por diversos personajes marginales.
Se vale del recurso literario de un personaje externo, el señor Lotari, que ha encontrado el manuscrito de El metall impur en los Encants, y que realiza una investigación concienzuda de los hechos y lugares del relato. ¿Por qué esa estrategia?
Lotari procede de mi libro Zapata als Encants.Y lo introduzco aquí como una especie de notario, que intenta desentrañar los elementos argumentales de las tres novelas que no se ajustan exactamente a la verdad. En el manuscrito Gabriel Caballero ha ficcionado su biografía como forma de expiar el sentimiento de culpabilidad que tiene a lo largo de toda la trilogía. Se cree responsable de la muerte de Ángel Cucharicas, también de la supuesta muerte de Lilà, y quiere vengar la muerte de un amigo en la fundición. Lotari, a partir del manuscrito, vuelve a aquellos escenarios, visita las ruinas del pasado y halla rastros de la verdad histórica.
¿Reconstruir la memoria histórica era el objetivo de su libro?
La ficción por sí sola no es más que uno de los componentes de la reconstrucción de la memoria histórica, ya que es producto de la subjetividad del narrador. Una novela puede aportar matices, visiones, conductas morales, incluso recrear lenguajes. Pero no puede sustituir a la historia como ciencia. Ni a la transmisión oral familiar, individual y nacional de este patrimonio colectivo.
¿En qué medida se inspiró en la experiencia de sus padres como inmigrantes en su evocación narrativa de los años 50 y 60?
Angustias, la madre de Gabriel Caballero, tiene algunos rasgos de mi madre, en concreto su condición de mujer sensible que trata de huir mentalmente de la vida gris del barrio, a través de la lectura y la afición al teatro y al arte. Pero tiene también aspectos de otras mujeres. Mi padre era un hombre que callaba demasiadas cosas. Y, aunque no de forma deliberada, es verdad que he dado voz a algunos de esos aspectos poco explicados.
Su evocación del proletariado, ¿quiere ser nostálgica o reivindicativa?
Hago una elegía de aquel proletariado, en definitiva de un mundo extinguido. Porque el franquismo desarrollista acabó con él. Son los restos de la clase obrera vencida por la guerra, que carecía de todo tipo de libertades sindicales. La fundición simboliza aquel mundo en extinción, autárquico y siniestro. Y tanto la Farga como lo que representa serán arrastrados por la riada de 1962. Y también se lleva, simbólicamente, los fusilamientos del Camp de la Bóta. En los años sesenta surgirá otra clase obrera más organizada, con más fuerza reivindicativa, representada por las Comisiones Obreras.
Ha reconocido que su recreación de la epopeya de aquella clase trabajadora tiene mucho de dickensiana.
Creo que hay un componente dickensiano en la descripción del mundo de la fundición, en el retrato de los personajes de la fábrica, que a veces son como caricaturas. En cambio, las investigaciones de Lotari sobre el manuscrito tienen más un tono de crónica, ya que él va registrando los pasos que da en su búsqueda, las llamadas que realiza, las pintadas y rastros que encuentra...
¿Se atrevería a novelar la realidad de los nuevos inmigrantes?
No sabría hacerlo. Sería algo artificial, visto desde fuera; resultaría el texto de un diletante. Creo que para retratar esta realidad habría que vivirla en directo día a día.
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