15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Las ensoñaciones del “passavolant”

Article publicat a “La Vanguardia” el 14/04/04 per Julià Guillamon

Los dos últimos libros de Jordi Ibáñez (Barcelona, 1962) apuntaban hacia una reconciliación de lo privado con lo público y colectivo, y una superación de los géneros en un proceso mental que arrastra reflexiones filosóficas y literarias, lecturas críticas, recuerdos y experiencias personales. Después de la decapitación del arte (1996) era un ensayo sobre el cine de Hans Jürgen Syberberg que planteaba cuestiones como el estado de pérdida consustancial a nuestro tiempo, y apuntaba la necesidad de reintegrar el arte a la vida; mientras que los poemas de Nou homenatges i altres problemes (2000) se interrogaban sobre el papel del intelectual en la Catalunya del siglo XX, a partir de las figuras providenciales de Joan Vinyoli, Carles Riba, Néstor Luján o Josep Pla. Estos dos libros dejaban la cosas a punto para la novela intelectual que es Una vida al carrer. Ibáñez parte en busca de una nueva autenticidad que le permita abordar las grandes cuestiones de la historia, la política y la cultura sin perder de vista la realidad concreta. A través de un relato de iniciación que describe el nacimiento a una nueva vida, una tarde de septiembre, cuando después de tomarse un café en la antigua cafetería Doria, tiene una epifanía, ve una imagen agitándose en el poso y emprende un paseo por la suave pendiente de la Rambla de Catalunya, convertido en el desguace de deseos y pasiones, fantasmas familiares y amigos de juventud. El arranque de la novela ofrece dos momentos fulgurantes. Las consideraciones sobre la “Verlust”, entendida como sentimiento de pérdida y evocación de lo perdido (el Doria o la estación de Fontana no volverán a existir nunca, por más que sigan ahí) y la digresión sobre las esculturas de la jirafa y del buey que Ibáñez toma como iconos del carácter barcelonés, más propenso a “fer-se el posturer” que a la monomanía reflexiva. Es curioso cómo las novelas catalanas que cuentan vuelven una y otra vez sobre los mismos temas. El encuentro con el odioso Albert Nolson en la cervecería Capitán Cook recuerda un episodio similar de Lola i els peixos morts, con el álter ego de Porcel, Helios, frente a un plato combinado, hablando con frases de Demóstenes y los cínicos. Mientras que las cavilaciones del protagonista ante la tienda de ropa nupcial (los vestidos como espectros de las novias de antaño) comparte con Els treballs perduts de Joan Francesc Mira la misma visión de la ciudad como espacio de la construcción del sentido. El recurso a la autobiografía de ficción, común a estas tres novelas, expresa un conflicto subyacente: no hay manera de sentirse lúcidos sin verse al mismo tiempo marginalizados y grotescos, uno no puede emprenderla con el amigo funcionario, el pintor pretencioso, el negociante y el nihilista, sin antes presentarse como un despreciable bufón, abotargado por las copas de más. Una vida al carrer es un fruto tardío del debate sobre el artista y la ciudad que en los años de la transición llevó a escritores e intelectuales a alejarse de la política. El protagonista de Una vida al carrer burla el nihilismo, asume la realidad y encuentra una salida en el reconocimiento del amor como motor del mundo. El arte y la vida De la novela me gustan muchas cosas. El valor que se concede al relámpago de la visión, que en el libro sobre Syberberg se compara al destello de los faros de un coche. En contacto con situaciones y paisajes cotidianos, las lecturas de Melville, de Henry James, de Paul Steinberg o de la Biblia adquieren una dimensión global. Una vida al carrer es una novela plenamente contemporánea sobre la fragilidad de la vida y la precariedad del arte, sobre la condición del hombre de hoy, náufrago y superviviente, entre un mundo desaparecido y la promesa indefinida de una nueva utopía. Desde mi punto de vista, el discurso del profesor tiende a eclipsar al novelista. Cuando la reflexión se sustenta en imágenes y argumentos narrativos (cuando Ibáñez describe al tutor braceando enloquecido en un cruce, cuando regresa a casa de la madre y la encuentra durmiendo o, al final, cuando oye una explosión, piensa que ha estallado la guerra y es la inauguración del Fòrum) sitúa el listón a un gran nivel.

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