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Documentació

En la selva con Hac Mor

Article publicat a “La Vanguardia” el 09/10/02 per Víctor Sunyol

Algo debe estar pasando en el sector de la edición cuando autores con una presencia regular en el mundo editorial convencional ofrecen títulos a pequeñas empresas de distribución restringida, casi sin presencia en los medios, como lo es especialmente Emboscall Editorial, un taller de edición artesanal que lleva unipersonalmente Jesús Aumatell desde Vic (él mismo vende sus productos en el mercado semanal de artesanos). Así, después de Carlos Vitale, Antoni Clapés o los premios Carles Riba, Enric Casasses y Pep Rosanes-Creus, llega al catálogo de este taller de libros el indiscutible (aunque –y quizá por eso– discutido) clásico de la literatura catalana contemporánea Carles Hac Mor (Lleida, 1940). Y lo hace con una obra nada marginal (¿y cuál lo es en un verdadero creador?). Se trata de Cabrafiga, un poema de 38 páginas que va alargando sus versos paulatinamente, desde los casi monosílabos a aquellos que ocupan toda la línea, como en una emulación de su propio discurrir y construirse.

Al igual que en toda la obra del poeta, entrar en Cabrafiga es entrar en una selva. Según como se adentre en ella, el lector explorador puede ser sobrepasado por la naturaleza exuberante y verse incapaz de ubicarse en ella y de ser consciente del lugar, ya sea por saturación de estímulos o por desconocimiento del lenguaje con que éstos le llaman. Pero el explorador atento descubrirá cada una de las partes, será capaz de trazar el mapa de su recorrido y de captar a través de él el conjunto del territorio.

La imagen de la selva no es gratuita hablando de Carles Hac Mor. En la solapa del libro él mismo se define como “grafomaniaco”. Por otro lado, en un autor (premio Joan Fuster de ensayo) que proclama que “pensar ya es una exageración”, cabe preguntarse qué no será hablar, o qué no será escribir. En esta selva de Cabrafiga (que no jardín) un lector ingenuo podría afirmar que atisba indicios de discurso y que su misión (de lector, de explorador) es recuperarlos para construir un discurso presuntamente destruido u ocultado, como en un jeroglífico. Nada más lejos de lo que vive el explorador amante de las selvas: elementos que se construyen (o se destruyen –como acciones sinónimas–), un discurso que se hace o se muestra, que “es”, que “está ahí”. “Discurso” concebido partiendo de la base de que la misión es no construir nada, que no hay ni misión; entendiendo que si uno pretende edificar es precisamente cuando se derruye el todo.

Así pues, conviene al explorador no caer en la tentación de querer reconstruir una inexistente unidad perdida ni un figurado sentido oculto. Tiene que adentrarse en la selva, a la carrera si fuera necesario, como si se zambullera en un río (donde nunca se bañará dos veces). Tiene que olvidarse de los acostumbrados armazones del sentido y edificar su casa de agua encima de arenas movedizas. Tiene que adentrarse en el no sentido que es la selva para disfrutar de su sentido y su ser. Y así, a través de “gerundios de orígenes” y “participios no manoseados”, le será dado el placer del texto, esa “materia de espasmos, escombros” por el que desfilan el anarquismo, sus ideas y sus nombres, el nihilismo, los pensadores presocráticos o islámicos, el mercado de pescado, una larga sarta de animales, de vírgenes cristianas, las matemáticas, la cosmología… ¿Y todo eso hacia dónde? ¿Para qué? ¿En qué dirección?

Un texto radical

No se trata de “hacia dónde” sino de un “ahí”, ni se trata de “para qué” sino de un “qué”, ni se trata de ninguna dirección porque no hay camino sino sólo lugar. Porque no se trata de un texto epigónico, sino de un texto radical, en la raíz; un texto original, en el origen; un texto genitor, madre. Una selva madre de donde el lector cómplice, el buen explorador, engendrará su goce de la lengua, de los sentidos y del intelecto. Cabrafiga, como el fruto que lo nombra: una selva madre para el explorador dispuesto.

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