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Documentació

Luis Goytisolo: «Llegará un día en que nadie escriba novelas»

Entrevista publicada al diari “ABC” per Javier Rodríguez Marcos

La última novela de Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) pone en escena un universo narrativo al que no escapa ninguno de los aspectos de la realidad. De la sociología a la botánica pasando por el arte, la biología, la política y, por supuesto, la literatura, Diario de 360¼ sintetiza en el periodo de un año la reflexión ensayística, la memoria personal y la ficción. Después de obras como Placer licuante o Escalera hacia el cielo, que él, sin falsos complejos, no duda en calificar, de «triviales», este académico de la Española vuelve a recorrer los caminos de la novela total, los mismos que entre 1963 y 1981 dieron lugar a los cuatro libros que conforman su obra más célebre, Antagonía. Con un pesimismo -«realismo», matiza- de tintes apocalípticos, Goytisolo retrata la vida de unos personajes que huyen de un mundo en quiebra a la vez que recorre su propia autobiografía y sus radicales opiniones sobre el presente gris de la sociedad actual y el negro futuro de la literatura.

-En la primera línea de Diario de 360¼ Dios se da cuenta de que no es inmortal. ¿En la base del acto creador está la conciencia de la muerte?

-Yo creo que es más bien al contrario: la conciencia de la vida. Pero de la vida como proceso, de ahí que haya elegido para este falso diario un ciclo anual, con sus estaciones: empezando por la primavera como juventud y terminando en el invierno, que no es una época muerta, sino la primavera en ciernes, cuando los brotes empiezan a abrirse. Por eso el libro termina un veinte de marzo.

-Su libro, sin embargo, es profundamente pesimista.

-De hecho, termino en ese momento de renacimiento porque las consideraciones sobre el mundo actual pueden parecer, efectivamente, muy pesimistas, ya que hay una violencia soterrada terrible, una gran crueldad, porque se retrata una época de solidaridad y ONGs en la que a la vez sigue habiendo gente que experimenta un placer enorme en hacer el mal. Para que no se me tilde de pesimista termino en el umbral de la primavera.

-Y crea Comoloro, una utopía ajena a esa crueldad.

-Creo un lugar mítico que aparece descrito indirectamente por voces de gentes llegadas de todo el mundo, como a un monasterio en la Edad Media o a un monasterio budista en la actualidad. Comoloro es lo que es porque ellos están allí. En el fondo es una metáfora de la capacidad creativa del ser humano, que es lo que nos distingue del resto de los animales. Esa capacidad ha existido siempre, y no hay motivos para pensar que vaya a dejar de existir, por mucho que el panorama presente nos parezca desolador.

-Diario de 360¼ tiene algo de relato total, enciclopédico, pero la totalidad se expresa por fragmentos. ¿Después de todas las crisis del siglo XX ya no es posible una Unidad con mayúsculas?

-Yo creo que es posible, y que en este libro la consigo. Una imagen útil sería la del mosaico. En lugares con ruinas romanas las piedras y capiteles están en ruinas y, sin embargo, te encuentras en el suelo con un mosaico casi perfecto. El mosaico se usa muchas veces para hablar de lo fragmentario, cuando es todo lo contrario: a partir de pequeñas piezas se da una idea de conjunto. Lo mismo sucede en la novela. A partir de las pequeñas piezas que la conforman surge un todo que no tiene nada que ver con las piezas consideradas por separado.

-También en Antagonía se buscaba una teoría general del conocimiento. ¿Cómo ha evolucionado esa búsqueda?

-Utilizando una metáfora botánica, podría decirse que Antagonía era una irrupción, la formación de lo que es frente a lo que no es, la aparición de la creación, como un brote que surge del suelo, va creciendo, se transforma en árbol y, al final, fructifica. Esa fructificación sería el último volumen, Teoría del conocimiento, que es una novela dentro de la novela. Diario de 360¼ considera ya al árbol crecido. El árbol, en lugar de irrumpir en la realidad, la asimila y absorbe. Vive de su contorno, tanto de la luz como de lo subterráneo. A partir de los elementos de ficción, la novela absorbe los elementos circundantes de esa ficción. La historia de los fugitivos está rodeada de la descripción del terrible mundo exterior del que huyen.

-Usted dice que en el estilo de un libro se condensa todo lo que su autor ama, detesta y aprende. ¿Que ha aprendido con Diario de 360¼?

-A ver más claro lo que quería expresar en el propio diario, a escribir como pensar perfeccionado, algo que ya está en Antagonía. Me interesa la palabra precisa. Decir exactamente lo que quiero decir, lo que no se puede decir con palabras distintas. Ni más ni menos ni otras. Cuando eso sucede el tiempo queda en cierto modo abolido. En el acto de escribir consigues redondear la idea previa que tenías. La ves con mucha más claridad. Para eso no sirve el lenguaje instrumental. Hace falta un lenguaje creativo.

-Precisamente, una de las cosas que usted señala es la sequía creativa de la novela actual.

-Lo que no quiero es que se piense que yo considero que la novela es un género agotado. En principio ningún género lo es. Por otro lado, la evolución de la sociedad es la que marca el declive de los géneros literarios. Yo mismo me considero, por decirlo así, uno de los últimos representantes de la novela moderna, la que puedan representar Proust, Joyce o Faulkner.

-¿Cómo definiría esa novela?

-Sobre todo como un género invasor: invade el terreno de la poesía y el ensayo. Esa novela refleja un mundo que entra en crisis con el fin de la modernidad y la irrupción de los audiovisuales, la globalización de la economía y la posmodernidad, que ha terminado revelándose como la última de las vanguardias. Ahora lo que viene es otra cosa y con otros planteamientos. El momento actual no es el apropiado para un género como la novela moderna, tal y como se había entendido en este siglo. Esto se nota en todos los países, salvo tal vez en el mundo anglosajón, que mantiene una literatura más viva, en buena parte por la irrupción de autores de las antiguas colonias que escriben en inglés. La sequía creativa es perceptible en todos los países: tanto en España como en Italia o Francia, pese a los montajes editoriales. Lo mismo pasa en Hispanoamérica, por mucho que ahora quieran montarse un nuevo boom.

-¿Cuál sería la causa del empobrecimiento de la literatura?

-Son los cambios en las formas de vida los que propician un consumo de literatura más ligera. Al final se convierte en la pescadilla que se muerde la cola, porque muchos escritores se dedican a producir este tipo de literatura, que es, por otra parte, lo que quiere el mercado.

-Usted atribuye la ligereza a la influencia del cine, pero si el cine es ahora el que cuenta las historias ¿no quedaría a la novela todo el campo para trabajar como un fin en sí misma, tal y como propugnaban los modernos?

-Así debería ser, pero entonces lo que fallaría sería, por una parte, el mercado, la gran masa de lectores, y, por otra, sobre todo, el propio escritor. En el futuro estaremos cada vez más frente a autores formados exclusivamente ante la televisión y el cine y que habrán leído muy pocas novelas. Con esa formación, ¿por qué habrían de terminar escribiéndolas? Así, es la idea misma de novela lo que se va perdiendo, diluyendo en ese otro mundo en el que las referencias, tanto en la escuela como en la familia, no tienen nada que ver con la literatura. En el novelista tradicional siempre aparece la familia como elemento determinante. ¿Ahora cuál es la familia? El televisor. Así pues, no es que la novela esté en crisis, es que llegará un día en que nadie escriba novelas.

-¿El reto del novelista no es dar cuenta de esa nueva realidad?

-Claro. Es lo que yo intento. Teniendo muy claro que el cine también tiene sus problemas. Esto que afecta a la novela terminará pasándole al cine. De hecho, ya le pasa. Los actores, por ejemplo, ya no son lo que eran. Ahora casi los que más cuentan son el productor y los efectos especiales. Todavía, no obstante, hay algunos cineastas muy valientes que de vez en cuando ofrecen una obra deslumbrante. Aunque puede que en el futuro ya no sea así. Kubrick, que murió hace poco, era un ejemplo de director excepcional.

-¿Cómo encaja en su obra su trabajo en televisión?

-Para mí son mundos totalmente desligados. Además, siempre he hecho documentales, aunque he tratado de construirlos como películas. Pero eso no interfiere con la literatura. Al contrario, me da independencia como escritor.

-También publicó Mzungo, una novela acompañada de un cederrón.

-Aquel fue un proyecto un tanto desvirtuado por los editores. Yo creé algo sencillo, un divertimento: un texto que terminaba con un juego en el que se hundía un barco. La idea era regalar un CD que reprodujera ese juego. Al final resultó contraproducente, porque la gente llegó a pensar que sin ese disco no se podía entender la novela. En realidad no había ningún tipo de interacción.

-Su pesimismo frente al mundo actual raya en el fatalismo. Habla del empobrecimiento conceptual de los idiomas...

-Basta pensar en el inglés, sobre todo en el norteamericano. Cada vez se utilizan menos palabras y menos tiempos verbales. O en el propio español: hay una tendencia a la pereza, a prescindir de los subjuntivos, por ejemplo.

-También señala la infantilización del gusto.

-Y de los comportamientos. Antes a los adolescentes se les vestía de adultos. Ahora son los adultos los que se visten como adolescentes.

-¿Cree en el progreso?

-El progreso es como una carrera hacia adelante emprendida por alguien al que, a medida que va corriendo, se le hunde el terreno a sus espaldas. Más o menos es lo que está pasando. Hay que seguir corriendo para que no se nos hunda el suelo bajo los pies. No sabemos qué va a pasar ni con el clima ni si llega una crisis ahora que el mercado es global. El pesimismo tiene su lógica. Incluso el fatalismo.

-Pese a ese fatalismo, siempre hay en sus novelas una defensa del hedonismo erótico.

-Para muchos autores parecen universos excluyentes. Para ellos los amores tienen que ser desgraciados. La entrada de «El ruiseñor y la lechuza», al final de Diario de 360¼, es una fusión entre creación literaria y relación erótica. Curiosamente, algún crítico la ha considerado sintácticamente estridente. Se nota que no me ha leído mucho.

-¿Se ha sentido anatemizado por el erotismo de su obra?

-El erotismo siempre estuvo muy presente en mi obra, desde Antagonía. En lo que yo llamo las «novelas triviales» me apeteció hacerlo mucho más explícito. Había algo de provocación en eso. A algunos críticos les pareció impropio de mí publicar novelas como Placer licuante o Escalera hacia el cielo. Ese giro erótico, sin embargo, está en el Cervantes de El viejo celoso o El amante liberal. Empecé Diario de 360¼ en 1995, es decir, que es coetánea de las otras dos. Precisamente por ser las otras más ligeras pude desvincularlas y evitar las interferencias.

-¿El amor y la creación artística son una respuesta a tanta catástrofe?

-Yo creo firmemente en la capacidad creadora del ser humano, que es lo que representa el territorio mítico de Comoloro en la novela. Como dije, el hombre ha creado hasta ahora, y no hay ningún motivo para pensar que vaya a dejar de hacerlo.

-¿Mantiene la esperanza?

-El descubrimiento de los clásicos en el Renacimiento no sólo significó recuperar a unos autores o el griego y el latín clásicos, sino recuperar conceptos que se habían perdido. Aprender idiomas era aprender a pensar. Yo insisto mucho en algo que sirve para la actualidad, en lo mucho que la gente que no lee debe sin saberlo a la gente que lee. Cuando alguien dice que no lee olvida que otros han leído por él, y sin ellos el mundo no sería como es ni la gente se comportaría con él de la forma en que se comporta: de forma amistosa o solidaria, o cortés simplemente. Si nadie hubiera leído, el panorama sería mucho más atroz.

-¿La literatura es un refugio?

-Un refugio y al mismo tiempo un germen de solución. El impulso creador lleva a superar estas situaciones. Es germen de algo que terminará creciendo.

-¿Cree que todavía hay relación entre belleza y bondad?

-Debería haberla. Harold Bloom dice que la hay, que la literatura nos hace mejores, aunque no en el sentido del catecismo. La literatura ayuda a apreciar la belleza, que es impagable. En ella está lo mejor que puede producir la vida.

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