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Documentació

“Prefiero equivocarme por mi cuenta a acertar por consigna”

Entrevista publicada a “El Mundo” el 13/03/02 per Nuria Azancot

A orillas de este viejo país ineficiente, Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) resulta nuestro último heterodoxo por vocación y por destino. Sin prejuicios ni temores, su vida se mece hoy en la dulce rutina de Marrakesh. Se levanta temprano, trabaja toda la mañana y no perdona la siesta (“ese maravilloso invento”). Luego, marcha a buscar a sus hijos al colegio, “tres niños marroquís que he adoptado y que me hacen muy feliz”. Al atardecer, va a la plaza de Xemaá el Fná, se sienta en el café “y la gente que quiere viene a hablarme, a consultarme”. Y lee, claro, más bien relee, y escribe, tan libre e insolente como siempre. Ahora, además, está a punto de aparecer Memorias (Península), que reúne sus dos libros de memorias, Coto vedado y En los reinos de taifas.

Lo cierto es que todavía no lo ha visto, así que lo primero que pregunta es si ha salido ya. Está escribiendo, pero se niega a adelantar qué. “Soy terriblemente supersticioso. Jamás comento lo que preparo y cuando acabo se lo envío a Carmen Balcells, porque mientras escribo, el esfuerzo y el texto me pertenecen, y sólo cuando se publica, a los demás”.

NA. Como Memorias. ¿Qué sentido tiene recuperar ahora, en un volumen, Coto vedado y En los reinos...?

JG. Los publiqué en fechas distintas porque la redacción de cada uno de ellos me llevó bastante tiempo y aunque los concebí como obras separadas, existe una unidad que se refleja en este nuevo libro. Son textos autobiográficos sobre mi familia, mis orígenes, mi infancia. Hasta que concebí la idea de Reivindicación del conde Don Julián (1970) y terminé esta escritura autobiográfica, entendiendo que a partir de esta obra mis libros son suficientemente claros como para añadir más. Desde entonces no he vuelto a escribir nada autobiográfico, quizá sólo unas páginas de Carajicomedia, pero porque se trataba de trasponer una experiencia personal en un personaje peculiar, un sacerdote de la Obra, en lugares no santos. Un ejercicio de parodia. En realidad creo que las experiencias sexuales son muy aburridas sin ese elemento de parodia e ironía.

NA. Sí, pero ¿se reconoce en este nuevo libro?

JG. Sí me reconozco. Procuré decir lo más escuetamente que pude mi visión del pasado buscando eludir los dos problemas de los memorialistas desmemoriados: la ocultación de lo propio y el exhibicionismo. Dije lo que quería, con pudor, sin mentiras, sin exhibicionismos. Quizá por eso no cambiaría nada del libro (de los libros) si pudiera. De hecho sólo hizo una corrección en la edición de Galaxia/Guttenberg de En el reino... “porque el primer capítulo tuvo una redacción muy apresurada. En realidad, lo publicado sólo era un borrador, porque mientras lo estaba escribiendo se me impuso con tal fuerza Las virtudes del pájaro solitario que no pude hacer otra cosa. Luego redacté de nuevo ese primer capítulo tal y como debía, pero no porque cambiasen los acontecimientos sino por la redacción. Fuera de esta parodia de Carajicomedia, no he sentido la tentación de recurrir a la autobiografía salvo cuando escribí a la muerte de Monique Lange.

NA. De alguna manera, usted fue un adelantado del “boom” de la literatura de la memoria que triunfa en España. ¿Cree que los autores españoles son sinceros a la hora de enfrentarse al pasado?

JG. Decía antes que el problema de los escritores españoles que escriben memorias es que suelen hablar con gran libertad de los demás y con poca de sí mismos. Por eso, siempre he procurado ser sincero con lo mío, y evitar el chisme ajeno, a menos que tenga un valor significativo o simbólico con respecto a la vida nacional. España carece de una tradición autobiográfica comparable a la de Francia o Gran Bretaña. El único caso que conozco es el de la autobiografía de Blanco White, que yo traduje y que es un antecedente directo de Coto vedado.

NA. ¿Qué importancia tiene en su obra el exilio? ¿Tiene sentido seguir siendo un exiliado hoy?

JG. No me siento exiliado. Lo fui cultural y políticamente, durante el régimen de Franco, y también editorialmente, porque todo lo que escribí entre 1963 y 1975 fue prohibido por la censura, pero desde esa fecha no me siento exiliado en absoluto. El que vive fuera cuenta con una ventaja evidente, la de ver las cosas desde la periferia y esa mirada siempre es más interesante que desde el centro a la periferia. He visto mi cultura y mi lengua a la luz de otras culturas y otras lenguas, y por eso la escala de valores culturales, consensuada por la tradición española y la Academia, me resulta extraña y me ha permitido establecer mi propia escala de valores.

NA. ¿Es apátrida, o mejor, su nacionalidad sigue siendo cervantina?

JG. Para un escritor que ha vivido fuera de España la mayor parte de su vida, la ausencia se suple con un contacto fuerte con la cultura. Yo he vivido siempre en el ámbito de la cultura castellana y he procurado buscar lo que llamo mi propio árbol literario, un linaje o serie de linajes que iluminan mi propia aventura literaria. Como dice Bajtin, una obra que sólo vive en sí se agota, lo que me ha enseñado la importancia de crear una genealogía literaria de autores relacionada con mis propias obras. Así, el Arcipreste de Hita y Makbara; San Juan de la Cruz y Las virtudes del pájaro solitario, o Cervantes con la mayor parte de mi obra. Esta filiación cervantina reviste una importancia capital, por eso he desarrollado mi obra creativa en paralelo con otros escritos y estudios sobre autores marginados como Delicado, y a otros que habían sufrido lecturas limitadas o reductoras, como el Arcipreste, o eran directamente ignorados, como Blanco White. Siempre me he opuesto a esta imagen reductiva de la literatura española ideologizada y que es incapaz de abarcar la enorme riqueza de la cultura española, incluyendo su riqueza semita o la influencia árabe en los tres primeros siglos de castellano.

NA. Ahora que menciona las infuencias árabes, ¿qué papel debe desempeñar España en el orden internacional que nace del 11-S?

JG. Puede desempeñar un papel nulo. Lo ha dejado muy claro Bush en sus discursos: sólo existe una potencia mundial que impone su política a los demás. Se proclama que Europa no cuenta en las decisiones y se asume la responsabilidad total de lo que llama la seguridad mundial contra la amenaza terrorista. Estamos en los inicios de una fase histórica en el que los países de la Unión Europea pesan muy poco para imponer sensatez en las decisiones mundiales. Quisiera que el gobierno español fuera un poco menos servil con los Estados Unidos y menos soberbio con Marruecos.

NA. Pero no sólo son serviles los gobiernos. Los intelectuales callan.

JG. Somos muy pocos y no se nos escucha. Existen unos cuantos intelectuales con libertad de opinión pero tras el 11 de septiembre es muy difícil. Por ejemplo, Susan Sontag escribió tras los atentados un artículo muy valiente y eso le valió ser crucificada. Hay intelectuales como Said o Chomsky que no tienen acceso a la prensa americana. Y en Europa ha habido muy poca reacción, sólo la de los antiamericanos profesionales que conciben los Estados Unidos como la encarnación del mal absoluto. Opiniones matizadas hay pocas.

NA. ¿A qué se debe el complejo de inferioridad español que usted resalta como característico desde el siglo XVIII a nuestros días?

JG. A que había la necesidad de ser europeos como los demás, de alcanzar el nivel de Europa y ese fue el esfuerzo de los ilustrados del XVIII, de los liberales del XIX, de los demócratas y republicanos de la primera mitad del XX. En los últimos decenios ese complejo de inferioridad hacia Europa se ha transformado en superioridad hacia los vecinos del Sur. Los españoles tienen mentalidad de nuevos ricos y nuevos europeos que se manifiesta en el rechazo a los inmigrantes magrebíes, africanos, y, más grave todavía, a los iberoamericanos, sin tener en cuenta la deuda con muchos países que acogieron con generosidad a nuestros trasterrados.

A pesar eso, de la contundencia con que examina la actualidad, sigue echando de menos algo en la cultura española: el humor. Es más, considera que “la falta de humor es uno de los defectos mayores de nuestra cultura”.

NA. Usted ha denunciado los errores de la critica literaria y la escasa calidad de la novela que hoy se escribe en España. Hay quien le relaciona incluso con “La Fiera literaria”....

JG. Me temo que no es algo exclusivo de la crítica y la novela españolas. En el suplemento de Le Monde se elogian libros que se caen de las manos. Es más, creo que la literatura española es mejor hoy que la francesa. En cuanto a la “Fiera literaria”, estoy suscrito y me divierto mucho con sus parodias. Este tipo de revistas son necesarias por muy injustas que sean, porque la vida literaria necesita de un contrapeso crítico. Por muy ácido que resulte.

NA. No todos suscriben eso pero, más allá de la anécdota, ¿qué opinión le merece la novela que se está escribiendo en España?

JG. Puedo hablar con poco conocimiento de causa, porque releo más que leo; releo, por ejemplo, el corpus de la tradición castellana, lo que había leído hace treinta o cuarenta años y que hoy me resulta totalmente diferente. En cuanto a las novedades, estoy a merced de lo que me envían. Siempre pregunto lo mismo a quien me recomienda: si vale la pena releerlo. Si, a pesar de eso el libro es malo, retiro, si no la amistad, sí la confianza literaria.

NA. ¿Qué precio ha pagado o está pagando por su libertad, por decir lo que piensa, aunque sea incómodo con el poder?

JG. No he pagado ningún precio porque se corresponde a lo que deseo. Me ha interesado siempre vivir a mi gusto, y con las personas que quiero, y eso no tiene precio. Cuando debo viajar, o participar en debates, siempre acabo preguntándome por qué pierdo el tiempo. El ceremonial de la vida literaria me es ajeno, pero no tiene mérito, porque eso es lo que deseo.

NA. ¿Incluso cuando publicó un artículo en El País sobre el premio Cervantes en el que criticaba la vida cultural y sus costumbres, aludiendo muy directamente a su periódico?

JG. Incluso. Siempre he procurado escribir con la mayor libertad, porque los escritores no deben estar adscritos a idologías, a camarillas literarias o a un grupo empresarial. Toda mi vida he procurado llevar un combate solitario. Prefiero equivocarme por mi cuenta a tener razón por consigna.

NA. Ahora que menciona las consignas, escribió en Furgón de cola (Seix Barral) que “los intelectuales de izquierda nos hemos preparado para algo y no ha pasado nada”. ¿Está seguro?

JG. Sí. Desde la perspectiva de ahora, si se puede medir el progreso de la especie humana, el período mejor se sitúa entre los años 60 y los 80, cuando el estado propicia una socialdemocracia y una mayor libertad. Desde los años 80 se ha venido abajo. Sigue el progreso técnico y científico, pero el moral se ha desplomado. Vea cómo tratamos a los emigrantes. En los años 50 los españoles se encontraron con las fronteras abiertas, pero hoy el peaje de vida se ha convertido en peaje de muerte.

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