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Documentació

Banqueros y curas

Article publicat a “La Vanguardia” el 29/01/2003 per Lili Neuman

Francisco González Ledesma nació a pocos metros de Manuel Vázquez Montalbán. Es una muy buena coincidencia que el creador del detective Carvalho y el creador de Méndez ­que empezó a escribir a los doce años­ hayan tenido de primer escenario real el Poble Sec. Y también la Barcelona que llega a la Rambla, y que por partes se resiste a ser jubilada, como el viejo policía de apellido soso, escogido adrede, acorde a un individuo fácil de ser considerado trasto inútil: en el cuerpo ni siquiera se toman el trabajo burocrático de echarlo y enviarlo a la jubilación de una vez. Ganador del premio Planeta 1984 con Crónica sentimental en rojo, autor de otros libros como El expediente Barcelona y La calles de nuestros padres, autor celebrado en Francia, hay algo impresionante en este texto, y de entrada: si bien la narrativa negra tiene como propio el lenguaje descarnado y la ironía, aquí la escritura es de una virulencia enardecida y la ironía es feroz. La edad biológica de un escritor no es señal segura ­o mecánica­ para determinar su talante. Lo cierto es que este libro mueve a dedicar un aparte a la biografía del creador de Méndez. Francisco González Ledesma nació en 1927, fue un niño que sobrevivió con su humilde familia a la Guerra Civil, un escritor prohibido por el franquismo. Ganador del premio Joven Literatura creado por José Janés, su problema fue que aquello sucedió en 1948 y Sombras viejas no pasó la censura. El libro contaba la historia de un estudiante de izquierdas. Su autor también lo era, y para costearse la carrera de Derecho ­y para seguir escribiendo bajo un régimen político que no iba a dejarlo en paz­ se dedicó a la narrativa popular, en la esplendorosa época de la editorial Bruguera: se convirtió en Silver Kane. Hoy la virulencia de su escritura es, eminentemente, joven. En este texto bravucón y elaborado, Méndez está en las últimas, en el cuerpo policial no lo quiere nadie y la Barcelona que él conoció tiene que buscarla con el olfato: “Había nacido la nueva Barcelona, la nueva Rambla de ejecutivos, y había desaparecido la vieja Rambla de los camioneros, pero también la de los poetas”. Sus tiempos de policía poco recomendable y sus amistades con prostitutas y gente tirada forman parte del pasado. Y aquí está él, un investigador de raza al que, pese a su obsesión por ir detrás de la verdad, no sólo no le encargan que descubra un caso de asesinato, sino que tiene que acudir inmediatamente a taparlo. Un señor de casa buena de Madrid es asesinado en un burdel de alto nivel, con una lista de teléfonos ilustres, “incluido alguno de la Moncloa”. Méndez llega a “tapar” el asunto, algo esperpéntico, porque hay testigos que han visto que el cadáver era transportado por dos clérigos. Además hay una viuda y una criada incomprensibles, y remotas relaciones que la agudeza de Méndez empieza a hilvanar. Esto es el principio de una serie de muertes. De Madrid a Barcelona, un poderoso banquero campea como un ego blindado detrás de una serie de asesinatos brutales y una red de viejos y nuevos engaños, con guardaespaldas ambiguos y prostitutas rehechas. El talante de la policía actual no hace más que insistir en que Méndez “tape”, y Méndez, a costa de sus propios ahorros, y por libre, investiga más y más. En esta novela que se fuga a los restos del pasado y describe espléndidamente el mundo de ciertos ricos actuales ­y describe un mundo actual en donde el antiguo régimen reaparece disfrazado de modernidad­, no queda una sola institución en pie. Sería de lamentar que Méndez se retirase del todo, en lugar de que su autor ­en tan buena forma de púgil peso pesado­ le dé una nueva oportunidad.

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