Documentació
Pere Gimferrer: «Escritores que hagan verdadera introspección hay pocos»
-La pregunta es inevitable si hablamos del 23 de abril, el Día Mundial del Libro y de los Derechos de Autor, que en Cataluña es también el día de los enamorados: ¿qué hace que el amor se relacione con la poesía?
Yo no me ceñiría sólo a la poesía. El género epistolar, aunque esté en decadencia, es un instrumento literario importante. Es poco probable que alguien escriba de amor por fax porque podría ser que no llegara a leerlo la persona destinataria y sí otros. Sin embargo, el correo y el correo electrónico son dos medios fabulosos. Estoy seguro de que muchas personas lo usan como modo de comunicar su amor. Eso sí, es discutible que las cartas sean un género literario. Me viene a la cabeza Voltaire: es más importante por las cartas que por cualquier otro tipo de texto. También es verdad que existen novelas de amor que son metáfora de una pasión amorosa.
-¿Dónde está la frontera entre lo auténticamente personal y lo elaborado para el público? ¿Traiciona sus sentimientos el poeta cuando sabe que le va a leer el mundo?
Hay un verso maravilloso de Eliot, tal vez su último verso canónico. Dice: «Son las palabras privadas que te dirijo en público». Hay conciencia de a quién va dirigido el poema y quién es posible que también lo lea. El amor en poesía, en el fondo, es un sentimiento relativamente nuevo. Tal como lo entendemos hoy sólo lo expresaron Ovidio, Propercio y Catulo en la Antigüedad. No existe en los trovadores. Tenemos que viajar hasta Dante y Petrarca para volver a encontrarlo.
-¿No considera amorosa la lírica arcaica griega?
Se trata de poesía amorosa homosexual en su mayor parte. No responde a la elaboración culta del amor. Los grandes poetas homosexuales no responden a las teorizaciones de la poesía provenzal. Lo curioso es que algunos homosexuales de hoy copian el esquema de la poesía provenzal, propia del esquema hombre/mujer. En literatura catalana se da un caso curioso que ha estudiado Martín de Riquer pero nadie más se ha fijado en él: al parecer, el poema «O foll'amor» de Ausiàs March podría estar dedicado a un varón. En cambio, contrariamente a lo que algunos piensan, no todos los poemas de Jaime Gil de Biedma son de amor homosexual. Algunos están dedicados a una mujer que yo mismo conocí.
-¿Y de dónde nace el amor de los surrealistas?
Beben de los románticos para desembocar en el amour fou. El amor renacentista de Garcilaso tiene poco que ver con Baudelaire y los surrealistas.
-En cualquier caso, ¿por qué hay una cierta necesidad de expresar el amor?
Diría que es la respuesta de la libertad individual. Octavio Paz lo expresaba diciendo que nos encontramos ante la rebelión del cuerpo. En El capital, Marx -del que ni Octavio ni yo estábamos cerca ideológicamente hablando, por otra parte- explica que hay una producción de mercancías que da sentido al mundo burgués. En esta rueda, la presencia del amor expresa la rebelión en la medida en que no es utilitarismo. Estos son aspectos de la vanguardia y del marxismo, de Breton y de los escritores de los años 30. Algo que no tuvo viabilidad.
-¿Por culpa del amor entendido como fenómeno burgués?
En el sistema feudal, el amor tenía un papel asignado. En el siglo XX se ha roto eso. Hay un fuerte componente de rebeldía, y por eso todos acaban mal.
-¿Y ahora?
Todavía no ha acabado el siglo. El papel del amor será según el papel de la imagen. A comienzos de los setenta aparece en la fotografía un erotismo muy explícito, que antes sólo había aparecido en la literatura marginal o en contadas películas como El último tango en París y El imperio de los sentidos. Pienso ahora también en algunos textos de Carlos Fuentes y en poemas de Octavio Paz. No había más. En los años setenta se produjo una confrontación de los dos bloques políticos, que se reflejaba en todo lo demás, pero eso ahora ha desaparecido. Los Bertolucci ya no tienen hoy capacidad subversiva, no por ser frecuentes ni por falta de talento sino porque la sociedad del pensamiento único los ha acabado de domesticar en la cinematografía. Ahora hay una finalidad comercial en todo.
-Entonces, ¿cómo se puede ser subversivo hoy?
Me sorprendió que al publicar mi libro de poemas Mascarada levantaran polémica algunos versos que ya habían empleado Apollinaire, Sade o Baudelaire. Chocaron también los versos que criticaban a Felipe González. Quien de verdad se sorprendió fui yo al ver esta reacción. Pero no creo que mi libro fuera subversivo. Serlo hoy es adentrarse en la línea del amor arrebatador y absoluto. Creo que algunos aspectos del amor no han encontrado su lugar. Son manifestaciones que se aceptan como normal pero no se acaban de admitir porque no están claras. Amoroso y religioso son hoy términos subversivos, porque no entran en el proceso utilitarista. Blas de Otero es, en este sentido, subversivo. Hoy más que nunca habría que hablar de palabra poética como la que no aspira a compensación económica. Ni el amor ni la religión entendidos en este sentido participan de la función comunicativa utilitaria habitual. La sociedad va en una dirección y ni la palabra del poeta místico ni la del poeta amante buscan esa utilidad. De ahí que puedan ser subversivas. Pero eso exige renunciar a fórmulas asimiladas: determinadas fórmulas de casamiento, determinada forma de entender la oración... y renunciar, desde luego, a la poesía de género. José Ángel Valente, visto así, es religioso, erótico y poeta a la vez. El mismo Claudel había dicho que Rimbaud era religioso, y tenía razón. O Victor Hugo y Baudelaire: son dos creyentes con presencia de la trascendencia y tienen sentido del erotismo. Hay ahí un valor cósmico de fusión entre el todo y las regiones del alma que sólo se manifiestan en el impulso erótico. Byron también es importante en este contexto.
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