Documentació
El diamante en el agua
Imaginación arrolladora y virtuosismo formal hacen de este libro de fulgores mallarmeanos y resonancias románticas una elegía múltiple, una indagación sobre la creación, el amor y el envejecer que complementa en muchos aspectos la escritura de Mascarada.
“Con esta mascarada he vuelto/a ver en los pliegues de otoño/el nombre de todas las cosas”, decía entonces el poeta. “La llama nos conduce allí:/a contratiempo, ya sin data/que el verso adorna y calafata/tan diamantino y baladí”, dice ahora en el extenso poema que abre y da título al libro, un título luminoso que proviene del poema “Eco y yo” (“como diamante del agua”), de El canto errante de Rubén Darío, con el que Pere Gimferrer crea una hermosa metáfora, rinde homenaje a su primer maestro y logra uno de sus poemas más difíciles (con el que, por cierto, Justo Navarro, su traductor, realiza un verdadero alarde que nos compensa de su silencio poético).
Con los cuatro inéditos añadidos a esta edición son veintisiete los poemas de El diamante en el agua, si contamos los versos en francés que forman la renovada dedicatoria a Maria Rosa: “Faute de t'offrir un bouquet/À même le sphinx dans les roses,/Le luxe de ces ors moroses/ Dira l'hallali de l'œillet”. Fechados entre agosto de 1993 y abril de 2002, se distribuyen en cinco secciones que en su organización simétrica niegan que este sea un conjunto disperso.
Al contrario: a los ciento ochenta y dos versos de ese espléndido itinerario íntimo que es “El diamante en el agua” corresponden las once composiciones sobre el acabamiento de “En derribo”, la última. A los cuatro poemas de homenaje “A Kenji Mizoguchi” (y a la mirada creadora) que forman la segunda se oponen los cuatro de denuncia y lamento de la cuarta, “El césped enrojecido”. En el centro, “Leyes de amor”, con seis poemas amorosos que amplifican los márgenes de Mascarada con su enfoque romántico y su variedad imaginativa y musical.
En “El diamante en el agua” Pere Gimferrer se sirve de las rimas únicas ( í, -ata) para los cuarenta y cinco cuartetos de eneasílabos que componen este contrastado balance de lo vivido. El rigor métrico, la riqueza rítmica y, sobre todo, la exigencia y la magia de la rima procuran un constante descubrimiento conceptual y plástico para este recorrido lleno de asociaciones inesperadas y de irónicos quiebros: “Manierismos, como aquí:/ todo parece una posdata,/frases ya escritas, zaragata/de la quincalla del clarín”. Justo Navarro ha mantenido metro y rimas (consonantes en -ata y asonantes en -í) para su casi imposible versión de esta contemplación de un “tiempo vivido como si/se hiciera del edén barata”.
Con fondo de haikú, un dístico y tres breves poemas en prosa (publicados exentos en el año 1998) sirven de homenaje al cineasta japonés Kenji Mizoguchi y, más allá, a la mirada cinematográfica que orienta desde el principio la escritura propia: “Ésta es la mirada: el mundo se torna espacio que se precipita, el ojo se desposa y se mide con la claridad, la duración se anula en los pliegues de oro del instante. Joyería”. Menos convincentes, excepto el homenaje a Maria Mercé Marçal, resultan los textos de “El césped enrojecido”, tal vez porque, como en la poesía social, el asentimiento de casi todos los lectores es previo a unos poemas que, sin embargo, ciñen la enunciación del libro a una precisa coordenada histórica.
Con poemas que cuentan entre los mejores de Pere Gimferrer, “Leyes de amor”, en la atmósfera de Mascarada (y aun de El espacio desierto), desafía a la caducidad con la consagración del instante. Desde “Matinada” (del año 1993) e “Interiores” hasta los inéditos “Planto de atardecer” y “Única”, la escritura amorosa, intensa y arrebatada, más clara y cercana que nunca, alcanza una dimensión intemporal con muchos de sus hallazgos: “Como se incendia un palomar/se hace jirones tanta vida:/que tanto duele la medida/de tanto horror y tanto amar”.
Paralelamente, la reflexión crepuscular de “En derribo” despliega en variedad de formas y ritmos un mismo extrañamiento del tiempo, una misma queja, la función de la palabra creadora como precaria resistencia (“Yo ya no sé qué color tiene la claridad:/pechina, sí. La acometida azul”), ese desgarramiento de la belleza persistente, el fuego y la ceniza en las ruinas de la memoria (“Arycasa”), con memorables poemas de balance poético y vital, como este “Naufragio”: “Reja de la escritura: con los años/se convierte en liana: se estrangulan,/decapitadas, todas las palabras,/como el erizo de la piel de hierro/y la forja del vientre de la noche./Yo soy estas palabras: mascarilla/de tinta azul, el galeón en llamas”.
En El diamante en el agua Pere Gimferrer ha escrito sobre el acabamiento, sí, pero desde la plenitud.
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