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Documentació

Gaziel contra el erial

Article publicat a “La Vanguardia” el 28/09/05 per Enric Juliana

El furor historicista que se ha apoderado de las librerías españolas -en dura competencia con la numerosa prole de El código Da Vinci-, cuenta desde hace unas semanas con un refuerzo de lujo: las Meditaciones en el desierto (1946-1953) de Agustí Calvet, Gaziel, traducidas por primera vez a la lengua castellana por Destino. Hay coincidencias que invitan a creer en la presencia de fuerzas invisibles sin necesidad de caer en la paranoia de los códices ocultos. Sólo la existencia de los duendes de la imprenta explica que el libro más triste de Gaziel, y robablemente el más lúcido, se haya reeditado para toda España casi al mismo tiempo que José María Aznar lanzaba desde Buenos Aires uno de los más duros anatemas pronunciados en democracia: "España se está balcanizando". Es como el obsequio de un ángel benéfico. Las Meditaciones en el desierto son de gran utilidad para descodificar el actual tremendismo visigótico, cuyo inquietante significado a nadie debiera pasar por alto, pese a las muchas paletadas de sal gorda que a diario se vierten sobre la santa paciencia de la sociedad española. Por primera vez desde 1977, un ex presidente de Gobierno ha recurrido a la metáfora de la guerra civil -de una guerra civil próxima en el tiempo y sangrienta en el recuerdo- a modo de advertencia. ¿Volvemos a las andadas o estamos ante un gran simulacro de las dos Españas? ¿Regreso al drama o simple reciclaje del pasado para reforzar las posiciones del presente? Habrá que estar atentos este invierno a las cornisas de Madrid, a las cúpulas y templetes que coronan los más elegantes edificios de la calle Atocha y de la Gran Vía, no vaya a ser que un día veamos a Gaziel allá en lo alto, enfundado en un grueso abrigo, escudriñando, siempre perplejo, siempre estupefacto, el hispánico cafarnaúm. Como Bruno Ganz en El cielo sobre Berlín. Todo vuelve, pero nada regresa. Ni estamos en vísperas de una nueva guerra civil, ni es previsible que la actual hipertensión en los ambientes políticos y periodísticos tenga más consecuencias inmediatas que la excitación de los extremos, el aburrimiento de la mayoría y una mayor desconfianza en los medios de comunicación (escuchar algunas emisoras de Madrid es como sumergirse a diario en una radionovela de terror). Si las cosas se tensan todavía más sólo ocurrirá una cosa: se disparará la válvula de seguridad de las elecciones anticipadas, hipótesis que hoy debe estar siendo estudiada con auténtica fruición una vez conocidos los inesperados resultados de Alemania. Meditaciones en el desierto es un dietario triste escrito por un hombre indignado. Contiene una reflexión muy severa sobre el fondo español; muy verídica, en bastantes aspectos -no en todos-, pero no es un libro doctrinal. No lo es porque Gaziel fue ante todo y sobre todo un periodista. Un lúcido y ambicioso periodista. Agustí Calvet sufrió su tiempo, a la vez que disfrutó de él. Gaziel perteneció a la mejor raza de periodistas que ha dado Europa. A una hornada que no se volverá a repetir por mucha que sea la nostalgia de los viejos tiempos, por brillantes que sean los nuevos valores y sinceros los esfuerzos - cada vez más justificados- para que el periodismo escrito recupere eficacia y timbre literario. Hay destellos que difícilmente volverán. Quien firma estas líneas lo acabó de entender una tarde de invierno entrevistando en Milán a Indro Montanelli. A los noventa años, el maestro mantenía intacto el mal genio toscano. Gesticulando a la italiana manera, esta fue su sentencia, larga y razonada: "Nuestra profesión ya no volverá a ser lo que fue. Descontentos con las crónicas que escribía de la guerra de España, los lacayos de Mussolini me enviaron de lector de italiano a Estonia. Podían haberme fusilado, pero no lo hicieron porque, en el fondo, el fascismo italiano fue una gran comedia. En Tallin me sorprendió el pacto Ribbentrop-Molotov. Me expulsaron de Estonia y fui a parar a Finlandia, que pronto sería invadida por los rusos. Las crónicas que envié desde Helsinki tuvieron tanto éxito en el Corriere della Sera que a ellas debo mi fama. El Corriere ganó muchos miles de ejemplares con aquellas crónicas. Pero esto se ha acabado. La gente seguirá leyendo periódicos y seguramente esperará de nosotros una buena interpretación de los hechos, pero el periodismo escrito ha dejado de aquella la punta de lanza". De no haber estallado la Guerra Civil probablemente Gaziel se hubiese jubilado siendo el Montanelli español (catalán y español), lo cual habría supuesto todo un fenómeno sociológico, puesto que en Italia, a finales de los años noventa, los analistas adjudicaban a las columnas de Montanelli en el Corriere la capacidad de cambiar la orientación de voto de más de medio millón de electores. La lanza se había quedado sin punta pero seguía siendo muy temible. Gracias a una formación intelectual de primer nivel y a una aguda capacidad de análisis, Agustí Calvet supo interpretar la convulsión de los años treinta y logró imaginar que, bajo su dirección, el éxito de "La Vanguardia" sería directamente proporcional a la habilidad para situarse au-dessus de la melée; a la capacidad de actuar de espejo de una inquieta y contradictoria realidad social. Gaziel fue el más influyente periodista de la Catalunya republicana hasta que la pedrada del 36 rompió el espejo. La guerra se llevó por delante una carrera periodística que su propio protagonista, dotado de una fuerte autoestima, imaginaba magnífica y exaltante. Un artículo publicado en "La Vanguardia" con motivo de su vigésimo aniversario como periodista profesional ("Veinte años después", 7/XI/1934) esboza un buen autorretrato del hombre que apenas una década después se vería obligado a atravesar el desierto y a volcar sus reflexiones en un amargo dietario. "En veinte años -escribía pletórico en 1934-, con un poco de inteligencia y con la actividad, sin duda considerable, desplegada por mí, hoy yo podía haber sido un comerciante, un industrial, un financiero, un abogado, un político, no diré de primera ni de segunda fila, pero sí, tal vez, de cuarta o de quinta, de ésos que tienen sólidamente remachada ya, contra viento y marea, una posición social, que se sustenta en copiosos bienes muebles e inmuebles, cuentas corrientes, hipotecas, valores bursátiles o altas consejerías remuneradoras. Muchos son amigos míos y lo curioso es que incluso algunos pretenden modestamente que yo valgo más que ellos. ¿A qué valor se referirán? (...) Mis lectores me aman por esta sencilla razón, porque saben que Gaziel es falible, pero insobornable. Parece mentira que tan poca cosa me haya valido una tan vasta, una tan inestimable consideración." Son las palabras de un hombre que conoce su valía y la tiene en muy alta estima, pero también la autopercepción de un periodista moderno: de alguien que ha tomado conciencia de ser un profesional de nuevo tipo. Un intelectual que ve como el periodismo, transformado ya en una eficaz y rentable industria cultural, abre nuevas avenidas. Montamuy actual nelli seguramente llegó a la misma conclusión en Helsinki cuando tuvo noticia de que sus apasionantes crónicas de la guerra ruso-finlandesa estaban disparando las ventas del Corriere y le convertían a él, un jóven ex oficial del ejército colonial en Abisinia, con inquietudes literarias, en todo un personaje. Meditaciones en el desierto contiene reflexiones de gran clarividencia política, pero expresa también la amargura de un hombre moderno al que la guerra ha roto los sueños. Ello no resta ni un ápice de valor a su indignación por la traición de Churchill a los demócratas españoles; a su desprecio del posibilismo de Ortega; a su crítica a la burguesía por no haberse comportado como verdadera clase dirigente (una de las ideas clave del dietario), y a su pesimismo ante una Catalunya que ve arrodillada. La indignación del profesional truncado ayuda a entender por qué Gaziel también fue insobornable en el erial.

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