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Documentació

Los huevos fatales

Article publicat a “La Vanguardia el 12/11/2003 per Julià Guillamon

Sic transit Glòria Swanson fue uno de los libros fetiche de la literatura catalana de la transición. Se publicó en 1979, dos años antes que Històries de la mà esquerra de Jesús Moncada, y entre críticas favorables y recomendaciones positivas se convirtió en un punto de referencia: un ejemplo clarísimo de que a partir de las esencias más profundas del ruralismo, gracias a las vivencias directas dobladas de cultura, se podía escribir literatura de calidad: una novela corta de una gran complejidad técnica (La meva germana és ben boja, en la que Teixidor reconstruía la usura mental de una chica demente y grafómana), un cuento de la potencia figurativa y el reclamo de Sic transit Glòria Swanson o una obra maestra de la narrativa breve como “L'ou gargot”. Este cuento debería estar en todas las antologías. La “tieta de pagès” le cuenta al narrador que hay tres tipos de huevos. Los que sirven para hacer tortillas y huevos fritos, y los que llevan “com una grana de pollet al rovell”. Y además está “l'ou gargot”, un huevo fecundado que la clueca abandona, el proceso se interrumpe y queda a medio hacer. Los niños que protagonizan las historias de Emili Teixidor se sienten atraídos por estos huevos. El protagonista de Retrat d'un assassí d'ocells contempla en la vitrina de la escuela un nido de jilguero con tres “ous gargots”. En Pa negre forman parte del tesoro que los chavales esconden en el tronco de un ciruelo. El protagonista de “L'ou gargot”, de Sic transit Glòria Swanson, es un niño de la guerra. Intrigado por el misterio de la vida, se dedica a hacer experimentos. Retira la cáscara para ver el pollito amodorrado y pegajoso, o vuelve a depositar el huevo en el ponedero, a escondidas, para ver si llega a completar el proceso. El huevo es un correlato objetivo de la impotencia del chico ante la muerte del padre, un emblema de la descomposición de los ideales y la expresión de una poética. Teixidor nació en 1933, tiene setenta años. Pero yo le veo como un “nen gran”, manipulando estos “ous gargots” que simbolizan lo incompleto y mal terminado, la vida abortada y la imperfección del mundo, que en sus novelas y cuentos se encarna también en la figura de la chica con meningitis, del amigo manco, del joven tísico. Desde Sic transit Glòria Swanson, la literatura de Emili Teixidor ha funcionado por un procedimiento de variaciones y adicciones. El lector que le ha seguido en todos sus libros reconocerá unos cuantos elementos que se repiten: la mujer enloquecida que corre desnuda por el bosque, la leyenda de las chicas degolladas en el camino de la fábrica, el represaliado que conduce el coche de línea, el “joc dels disbarats” o la canción del “pare Carbasser”. Son marcas recurrentes que establecen el ritmo interior, global, de su obra narrativa. A partir de ahí cada novela introduce un tema propio. En Retrat d'un assassí d'ocells los poderosos ­los amos de la colonia y los mandamases de la curia­ se conjuraban en una historia a medio camino entre “Blue Velvet” y “Twin Peaks”. En El llibre de les mosques, los recuerdos del Vic prostibulario y clerical se combinaban con las experiencias de Teixidor en la Barcelona de los sesenta. Pa negre representa un retorno a los orígenes, al primer libro, al primer cuento. Teixidor ha recuperado la mayor parte de las historias que le obsesionan y las ha recreado en una única trama de corte clásico, protagonizada por el joven Andreu, trasplantado a una masía de la Plana de Vic. El padre está en la cárcel, condenado a muerte, la madre es una “xinxa” de la fábrica de tejidos. Sin padres, junto a un primo algo mayor y a una chica de su edad, Andreu experimenta una doble iniciación en el sexo y en el lenguaje. La primera parte está muy próxima a las memorias noveladas, con algún capítulo que funciona prácticamente de manera autónoma (los juegos en el bosque con la Roviretes, la historia del carbonero humillado en la procesión del Combregar General). La descripción de la vida de los chicos “massa enjogassats” entre los árboles y en las habitaciones de la masía es emocionante. Teixidor sabe de lo que habla, y maneja un catalán sensacional, del que se distancia atribuyendo los giros más característicos a la abuela, porque el narrador es un desclasado y se enfrenta a una realidad que ya no existe. La violencia se resuelve aquí simbólicamente con la aparición de un caballo despanzurrado, en un clima de fugas, reyertas, maquis, monjes y civiles cómplices. La muerte del padre trastoca el frágil equilibrio familiar, y abre una brecha irreparable. Adoptado por los amos, Andreu saldrá de Can Tupí para estudiar el bachillerato. Pero antes la novela ata todos los cabos sueltos en una serie de capítulos formidables en los que Teixidor abre los puntos de la trama, separa las generaciones, y presenta las diversas opciones vitales ante la decadencia del mundo rural. La discusión entre el Quirze pare y Enriqueta, relatada por el chaval que escucha desde la cama, es un momento de máxima complejidad y tensión. “Era el temps del pa negre, de la llet blava i de les mongetes amb jaumets”, escribió Teixidor en uno de los cuentos de Sic transit Glòria Swanson. Cada vez que un escritor de la generación correspondiente aborda la posguerra, existe el riesgo de acabar como en la canción de Serrat. Pa negre apunta mucho más alto. Es uno de los libros más importantes de Teixidor y, junto al Purgatori de Mira, la mejor novela del año.

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